Rodolfo Jiménez, Avda. Tamaulipas, La Condesa, México DF, 14 de noviembre. Cuando me fui del Uruguay en 1973, viví un año en Madrid y tres años en Barcelona. Al fin de cuentas llegué a México en 1977. No fue hasta el 1986 cuando conocí al fracasado de Emilio Gutiérrez. ¿Todavía dice que es una de las reencarnaciones de Kafka? Lo conocí porque para ese tiempo yo también escribía. Íbamos juntos al taller de narración que impartía José Luis en la Facultad de Filosofía y Letras. Fue un gran compañero; íbamos a los cafés y a beber cervezas y mezcal. Ah, y por supuesto a las peleas de box. En realidad las detestaba, sólo iba por estar con él. Emilio me gustaba mucho. ¿Cómo es posible que un arbitro no detenga la pelea cuando el que está ganando dice que no le quiere hacer más daño al contrincante? Para colmo el que está recibiendo la paliza dice que por su mexicanidad tiene que pelear hasta lo último.
El hecho es que terminamos rentando una habitación juntos. Me acuerdo con la cara que nos miró María Luisa cuando le dijimos que rentaríamos la habitación para los dos. Pero todo fue mal. Como escritores éramos una mierda. Yo, por suerte me di cuenta a tiempo; Emilio, no. Esa mañana me fui sin despedirme. Lo dejé todo; mis libros (comprados y robados), mis cuadernos de apuntes, mi colección de plumas. No sé qué habrá hecho Emilio con las que fueron mis cosas. Simplemente no nos buscamos más.
Con el dinero que había ahorrado con los artículos para La Jornada y limpiando casas decidí abrir un pequeño local de comida asiática, con especialidad tailandesa. Ven, que te enseño. Ése de allí era mi local. Como ves, eso también lo dejé. ¿A qué mejor lugar regresar, que a mis raíces? Ahora tengo este restaurante de comida uruguaya con recetas de mi abuela. Uno de los platos está nominado al mejor de los restaurantes del barrio. ¿Está buena la comida? ¿Te ha atendido bien el mesero? Ésta es tu casa. Mira, en Uruguay tenemos los mejores vinos artesanales. Te voy a mostrar uno que lleva varios premios. Es que tenemos unas variaciones del tiempo estupendas; perfectas para los viñedos. Y la tierra se encarga de dar los mejores nutrientes para la uva y para los pastizales dedicados al ganado. ¡Tres millones de habitantes y tenemos de todo en abundancia! ¿Buenos Aires? Buenos Aires, es la capital sudamericana.
Volviendo a Emilio… Pudo haber sido mi socio, pero prefirió seguir siendo una de las reencarnaciones de Kafka. Pasa por aquí de vez en cuando y le sirvo su buen almuerzo. Siempre carga su vieja y desgastada mochila Jansport. ¿Cargará alguna de mis plumas de colección?
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