sábado, 23 de abril de 2011

Toño, Mazunte, Oaxaca, México, 1 de enero de 1997

El tiempo me ha tendido una trampa nuevamente. Se me ha ido el año sin darme cuenta. Anoche, al acostarme –hace una semana que no lo hacía—, mi mente echó a correr como una cinta de película. Recorro lo que he hecho este año, los lugares que he visitado, las personas que se han quedado en la casa de hospedaje; y siento que todas las escenas son repetidas. Aunque bastante distintas de las escenas que viví por Tepito en el DF, y cuando era batero con Leo Dan. Ya no puedo dormir. Ahora la noche se me da para hacer escándalos y para recordar, mientras bebo mis mezcalitos.

Los golpes en la pared

Hoy estuve tocando la guitarra y ensayando algunas canciones a primera hora de la mañana. Eran como las seis, así que los vecinos empezaron a dar golpes en la pared que divide nuestras habitaciones. Paré de ensayar, pero a los quince minutos, fui yo el que tuve que darle golpes a la pared. Gritaban como locos. ¡Buena follada al amanecer! Para ellos auguro una buena mañana; para mí, bastante café y largas horas frente a la máquina de escribir…

            Desde que me fui –y vivo en esta pocilga—he escrito algunas canciones y he añadido algunas de mis maestros al repertorio. ¿Te acuerdas de esos fines de semana en que prácticamente no dormíamos? Usábamos mi toca discos para escuchar aquellos LP’s de 45 revoluciones por minuto sentados en el suelo. Tomábamos algunas cervezas y sacaba la pipa del abuelo para fumar un poco de tabaco con sabor a chocolate. Aprovecharé la mañana para escribirte una invitación a mi próxima presentación en el Café La Habana. Cuando te vea notarás temblorosa mi voz, pero es que la canción va así.

Soy el conejo

Hoy me acordé de el conejo de Chapultepec

Soy “el conejo”. Sí, así con letra minúscula, porque ni tan siquiera es mi apodo. En realidad me apodan “el Calambre” (ese sí lo puedes poner en mayúsculas); pero hoy me miré al espejo y parezco un conejo. Apenas me queda un par de dientes superiores y mis ojos azules celestes son los de un conejo enano color marrón. Para completar, los pocos pelos que me salen en el mentón son lacios, largos y blancos. Ya a mi edad…

            ¿Qué cómo llegué a esto? ¿Cómo lo perdí todo? No lo sé. Fue un proceso largo. Fui dejando pedazos de mí –incluyendo mis dientes—en diferentes lugares. La vida me jodió mucho y otras veces yo le hacía la competencia y la jodía más. ¡Cállate o te amarro, Fabiano! ¿No ves que estoy ocupado?

-Es que quiero dos cigarros, conejo.

            Ya ves, ahora vendo cigarros en el parque y de vez en cuando me doy a las apuestas de los desesperados de la vida que gastan sus días en el ajedrez. ¿Ves a Fabiano? Es el maestro. Con él gano mucho. Elíades, convídame a una manzana, tengo hambre. Tengo que ir a los baños públicos hoy en la tarde. Mira estas manos, estas uñas, esta herida… Antes no era así.

-¿Qué hacías antes conejo?

            El tiempo ha pasado muy rápido. Mi vida era Violeta Guadalupe y la guitarra. Recuerdo aquella noche en Santa Teresa cuando las perdí a ambas. No, no las perdí. Yo me perdí –en todos los sentidos—; me fui del país, no regresé a mi casa y el tiempo me fue consumiendo… Quiero morir, pero tendré que esperar. Por el momento, me divierto con mis amigos de Chapultepec.