lunes, 15 de noviembre de 2010

Restaurante "La casa del pueblo"


Rodolfo Jiménez, Avda. Tamaulipas, La Condesa, México DF, 14 de noviembre. Cuando me fui del Uruguay en 1973, viví un año en Madrid y tres años en Barcelona. Al fin de cuentas llegué a México en 1977. No fue hasta el 1986 cuando conocí al fracasado de Emilio Gutiérrez. ¿Todavía dice que es una de las reencarnaciones de Kafka? Lo conocí porque para ese tiempo yo también escribía. Íbamos juntos al taller de narración que impartía José Luis en la Facultad de Filosofía y Letras. Fue un gran compañero; íbamos a los cafés y a beber cervezas y mezcal. Ah, y por supuesto a las peleas de box. En realidad las detestaba, sólo iba por estar con él. Emilio me gustaba mucho. ¿Cómo es posible que un arbitro no detenga la pelea cuando el que está ganando dice que no le quiere hacer más daño al contrincante? Para colmo el que está recibiendo la paliza dice que por su mexicanidad tiene que pelear hasta lo último.  

El hecho es que terminamos rentando una habitación juntos. Me acuerdo con la cara que nos miró María Luisa cuando le dijimos que rentaríamos la habitación para los dos. Pero todo fue mal. Como escritores éramos una mierda. Yo, por suerte me di cuenta a tiempo; Emilio, no. Esa mañana me fui sin despedirme. Lo dejé todo; mis libros (comprados y robados), mis cuadernos de apuntes, mi colección de plumas. No sé qué habrá hecho Emilio con las que fueron mis cosas. Simplemente no nos buscamos más.

Con el dinero que había ahorrado con los artículos para La Jornada y limpiando casas decidí abrir un pequeño local de comida asiática, con especialidad tailandesa. Ven, que te enseño. Ése de allí era mi local. Como ves, eso también lo dejé. ¿A qué mejor lugar regresar, que a mis raíces? Ahora tengo este restaurante de comida uruguaya con recetas de mi abuela. Uno de los platos está nominado al mejor de los restaurantes del barrio. ¿Está buena la comida? ¿Te ha atendido bien el mesero? Ésta es tu casa. Mira, en Uruguay tenemos los mejores vinos artesanales. Te voy a mostrar uno que lleva varios premios. Es que tenemos unas variaciones del tiempo estupendas; perfectas para los viñedos. Y la tierra se encarga de dar los mejores nutrientes para la uva y para los pastizales dedicados al ganado. ¡Tres millones de habitantes y tenemos de todo en abundancia! ¿Buenos Aires? Buenos Aires, es la capital sudamericana.

Volviendo a Emilio… Pudo haber sido mi socio, pero prefirió seguir siendo una de las reencarnaciones de Kafka. Pasa por aquí de vez en cuando y le sirvo su buen almuerzo. Siempre carga su vieja y desgastada mochila Jansport. ¿Cargará  alguna de mis plumas de colección?

domingo, 14 de noviembre de 2010

Todavía queda una flor en el balcón

Emilio Gutiérrez, en la explanada entre la Biblioteca Central y Rectoría, UNAM, Mexico DF, 8 de noviembre de 2010. Soy un escritor fracasado. Esa fue su respuesta cuando Pedro Villareal le preguntó si era maestro de la UNAM. Soy una de las reencarnaciones de Kafka; lo único que a mí me gusta el box. Me encantan las peleas que enfrentan a Puerto Rico y México. ¿Todavía está vivo el Macho Camacho? Pinche cabrón de Macho Camacho. No sé cómo no ha pasado un huracán –sí, porque hasta en eso son benditos (¿Por qué es no pasan huracanes por Puerto Rico?)— bien fuerte y ha rajado la isla en dos, viviendo ese hijo de puta y su pinche hijo (que ahora le imita) allí. Soy un liberal como Vargas Llosa. Mezclo el café, la cerveza y el mezcal oaxaqueño. Siempre bebo solo.

Voy al café, pido uno bien cargado y escribo un rato hasta que, prácticamente las meseras empiezan a suspirar –lo que equivale a senda patada en el culo—, y de allí salgo directo a La Botica. Allí escucho música y entre cerveza y cerveza me pido un mezcal. Escucho la música que ponen los niños y niñas fresas. Me quedo parado en la barra y nunca suelto mi desastrosa mochila. A ver, préstame ese libro. ¿Dónde lo compraste? Es una edición española muy bien hecha. Yo traigo éstos, mira. Uno nunca sabe  quién se puede aparecer por la noche en algún bar para firmarte un libro. Te lo digo, México será el estado 52 y Puerto Rico el 53. ¿Qué cuál es el 51? No lo sé.


Guadalupe Milagrito de la Virgen Santiago Cruces de Zaragoza, Coyoacán, México DF, 11 de noviembre de 2012. ¡Qué tierno ese perrito metido en la mochila! Ojalá pudiera tener uno igual. Tengo que vender muchos tazos –sí, esos que la Frito Lay con su empeño socializador nos incitaba a apostar en la hora del recreo--. Ahora me toca cambiar de vagón. A ver si tengo más suerte en el próximo. Igual es que mi voz todavía necesita más entrenamiento para llegar a ser como la de uno de los mejores vendedores del metro (de la línea 9): mi papá. Él fue quien introdujo el estribillo: “para un bonito detalle para su niño o niña, para una muestra de afecto”. Mis tazos de colección son eso: para una muestra de cariño para su niño o niña. Para mí, sólo significan dos pesos cada uno (cinco, incluyendo la plastificación, por diez pesos). Miré el perrito, guardé mis tazos en mi cartera. ¿Con un gesto de señora mayor? Ese señor que ves ahora, allí en el otro vagón, sí que es mayor. Mírale sus tristes ojos. Acaba de sacar una pluma Bic de punto medio y de tinta negra en gel, para registrar las notas de mi voz infantil.

¿Qué cuál es mi historia? Ya se sabe. ¿Para qué contarla otra vez?


El negacionista Ramírez, Plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco, México DF, 13 de noviembre de 2010. Cuando lo vi allí sentado, haciendo fotografías y tomando apuntes en un cuaderno Scribe color verde, sabía que se había creído el cuento de la masacre. ¿Qué hace con esa flor? ¡Puros cuentos! Cuando se levantó lo llamé y le di una lección de historia; pero de historia de verdad, de la de los verdaderos testigos. Estoy un poco sordo, lo sé. Mira yo estuve aquí esa noche. Andaba con unos amigos chupando en alguna cantina de por allá. Cuando sentimos los disparos, vinimos corriendo. Ya habían unos cuantos muertos, pero el ejército aún no estaba en la plaza. El ejército vino mucho después cuando ya los civiles habían disparado desde los edificios de alrededor. ¿En qué edificio quedaron muestras de disparos? ¡Aquí no se puso a nadie en un paredón! Aquí vienen todos los años a recordar a gente que ni tan siquiera murió en esta plaza. Una señora vino hace poco a ver el nombre de un familiar suyo que no murió aquí. ¿Y el resto? Son los pinches cabrones diputados de hoy.

Muchachos del CNH.
Bueno, a la verdad que cuando se desplegaron las unidades del ejército, vinieron desde aquella dirección, desde el eje; y lanzaron unas cuantas granadas. Ya yo me había ido. Esta es la historia presencial… 

lunes, 8 de noviembre de 2010

Bandera, bandera, bandera

Recuerdo que en mi colegio las monjas josefinas todos los lunes nos hacían formar en filas cuasi militares en el patio a jurar las dos banderas, cantar sus himnos y por último cantar el alegre himno dedicado a las aulas carcelarias instauradas en 1930 en las lomas de San Germán. “Yo lo llevo grabado en mi pecho”, y nos dábamos un puño en el corazón, a lo cual recibíamos el primer regaño del lunes. Esto vino a mi recuerdo ante la controversia suscitada por el representante novoprogresista, David Bonilla y su defensa de la bandera estadounidense, muchas veces denominada en nuestro archipiélago como “la pecosa”.
¿Por qué “pecosa”? Sencillo, porque sus 50 estrellas en el rectángulo parecen pequeñas pecas en comparación con la única estrella sobre el triángulo de nuestra bandera (que a algún americano se le podría ocurrir decir que es la bandera con un barrito). O sea, que denominar “pecosa” a la bandera estadounidense en el lenguaje popular puertorriqueño hace alusión a que es una bandera multiestrellada. Esto por más que se quiera buscar las cinco patas al gato no representa ofensa alguna al símbolo tejido en tela. ¿Acaso es malo ser pecoso en un país como Puerto Rico? Podría ser. Yendo al grano, su cólera sólo refleja su falta de comprensión y de análisis de nuestro lenguaje popular. Su lanzamiento al estrellato legislativo defendiendo de tan grave ofensa a la bandera estadounidense fue completamente desafortunado. Además, puede interpretarse como parte del retrato del colonizado queriendo asumir una defensa que ni los mismos estadounidenses se molestarían en asumir[1] ante tal epíteto o caracterización; y también representa desconocimiento incluso de la cultura popular estadounidense donde se le conoce como “la bandera de las franjas y las estrellas”. Para nosotros podría ser la bandera de las franjas y las pecas.


Su falta de comprensión de los fenómenos del lenguaje popular puertorriqueño es un síntoma de su ser y pensar colonizado. Ojalá llegue el día en que un anexionista pueda en vez de tener que recordarle a sus compañeros que un familiar suyo ha muerto en un conflicto armado (que lamentablemente ya son  demasiados los puertorriqueños muertos de esa forma, víctimas de un sistema colonial y militarista) en el que los Estados Unidos participa, tenga la misma valentía de exigir un retorno de todos los soldados, tenga la valentía de exigir el cese de los conflictos en el que participa su tan querida nación de forma ilegal y tenga el coraje de enfrentarse al Congreso de los Estados Unidos alzando la voz y tirando papeles para exigir la descolonización de nuestras islas.

Espero también que un día los anexionistas y autonomistas de nuestro país, en vez de estar denominando "días de muñecas" o "días del buen trato", redacten y aprueben una tan necesaria Ley de Memoria Histórica. Más que pedir disculpas a nombre de ese cuerpo, por ejemplo, por haber aprobado leyes como la Ley de la Mordaza (#53 de 1948), se necesita reconocer y dignificar a aquellos y aquellas que lucharon por mantener nuestra insignia nacional ante el atropello cometido por ese cuerpo cuando se llegó a criminalizar hasta la mera posesión y exhibición de nuestra bandera.

Las banderas en fin son símbolos, normalmente bordados en tela y cada cual debe tener la libertad de defender su interpretación de ese símbolo. Comprendo que el representante anexionista quiera mucho a su bandera “pecosa” y que la defienda ante lo que él interpretó como una grave ofensa. Desde mi perspectiva las banderas también deben respetarse, ya que son el símbolo que representa tanto luchas victoriosas como derrotas colectivas y la identidad. La bandera estadounidense no debe ser la excepción. Ellos también aprecian su bandera como enseña de identidad ante los otros. Lo que sucede es que esta bandera muchas veces no es ni será respetada en otras partes del mundo por lo que ha representado en ocasiones para otros: invasiones, muertes, discrimen, desigualdad, entre otras barbaridades como tortura, violaciones, desprecio hacia lo distinto.... En Puerto Rico, la bandera estadounidense representa colonialismo en todas sus vertientes desde el político, económico, hasta el psicológico. El representante, si quisiera sinceramente a la bandera –y su férrea defensa no fuera un síntoma de un ser colonizado-, reflexionaría sobre la presencia de esa bandera en el cuerpo legislativo y lo que allí simboliza. Se daría cuenta que es una mayor ofensa a los principios que ella representa su mera presencia que la simple alusión del lenguaje popular denominándola “pecosa”.

P.D.:
Yo creo que pocos puertorriqueños pueden decir que no hayan tenido o tengan actualmente un miembro de su familia, ya sea cercana o de la familia extendida, sirviendo en las Fuerzas Armadas de ese país. Mi abuelo, por ejemplo sirvió en el Ejército en la Guerra de Corea (como un jíbaro Borinqueneer más) y, la bandera de los Estados Unidos (esa “pecosa”) le fue entregada a mis familiares cuando falleció en el año 2006. Pero ante este fenómeno presente en las familias puertorriqueñas, sólo nos queda reflexionar en qué formas la situación colonial que sufre Puerto Rico lleva a nuestros familiares a participar en esas Fuerzas Armadas. El militarismo es un fenómeno complejo en nuestra isla, y es un fenómeno que se hace presente desde nuestra educación elemental hasta la superior (para ejemplo, leer esta nota) y parte de la vida cotidiana del país. Por tanto, no pretendí abordar este tema en esta breve entrada. Hice alusión a este fenómeno más bien con el propósito de demostrar que la situación que vivió el representante hace un mes con el fallecimiento de un familiar en combate, no es una situación exclusiva de su familia. Muchos puertorriqueños siguen activos en conflictos armados liderados por Estados Unidos. Pero, ¿qué han hecho los representantes de nuestro país por evitarlo? Nada. Al contrario, en vez de exigir el retorno de los puertorriqueños y estadounidenses en los conflictos, en vez de abogar y enfrentar al Congreso de los Estados Unidos para resolver este problema en lo que se llega a una definición de estatus no territorial y no colonial, lo que hacen es fomentar y apoyar cualquier conflicto armado llevado a cabo por los Estados Unidos.

[1] Esto es lo que popularmente en el lenguaje puertorriqueño denominamos “ser más papista que el papa”.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Cinco pesos le vale, cinco pesos le cuesta

Para todos los vendedores y vendedoras del DF,
que buscan algo mejor y que siempre tienen
cosas de novedad; y porque te alegran el día con
su forma de anunciar sus productos a la moda.

Damita, caballero, aquí les traigo las pastillas Orbit. Las mismas son para refrescar la boca, garganta y matar los gérmenes que provocan el mal aliento. Las 14 pastillas Orbit vienen en un cómodo formato de cartera. Lléveselas; cinco pesos le valen, cinco pesos le cuesta.

Damita, caballero, jóvenes, aquí les traigo un bolígrafo de novedad, a la moda, de punta fina y con tinta negra. Aprovéchelo, tiene mapa de la red de Metro de la Ciudad de México, para mejor ubicación. Bolígrafo de novedad, bolígrafo a la moda, cinco pesos le vale, cinco pesos le cuesta.

Damita, caballero, aquí les traigo el libro de las tradiciones que se han ido perdiendo. Llévatelo, 10 pesos le vale, diez pesos le cuesta. Cien relatos relacionados con la tradición del culto a los queridos difuntos, historias de la muerte, chistes de la muerte... Diez pesos le vale, diez pesos le cuesta.

Llévate el delicioso cacahuate, la bolsa de papas, los chicharrones. Mata esa hambre. Cinco pesos le vale, cinco pesos le cuesta.

Damita, caballero, hoy le traigo a la venta esta pomada para labios resecos, labios partidos, labios que no se quieren ni ellos mismos. La llevo en los deliciosos sabores de coco, cereza y naranja. Cuídelos, páseles estas suaves pomadas y sentirá cómo a sus labios vuelven la vida. Deliciosos sabores; cinco pesos le vale, cinco pesos le cueeesta.

Uh, uh. Damita, caballero con garganta reseca, garganta carrasposa, garganta ronca, hoy le traigo las auténticas pastillas Halls. Llévelas en los sabores de miel, miel con limón y yerba buena. Refrescarán su garganta. Cinco pesos le valen, cinco pesos le cuestan.

Aquí, damita le traigo el papalote volador para que haga feliz a su niño (de repente un papalote cae en mi zapatilla). Cinco pesos le vale, cinco pesos le cuesta. ¡Mire, mire que bonito, mire cómo vuela! Una auténtica ave. Cinco pesos le vale, cinco pesos cuesta.

Frente al Auditorio Nacional: Damita, caballero, lléveselos son los auténticos binoculares, con los que verá más. Treinta pesos le valen, treinta pesos le cuestan. Los originales, con los que verá más a Norita. Aprovéchelos para el concierto. Treinta pesos le valen, treinta pesos le cuestan.

Hoy descubrí que ando muy obsesionado con el “cinco pesos le vale, cinco pesos le cuesta”. Ya lo escucho a todas horas y de repente, mientras camino por alguna parte de la ciudad, me encuentro repitiendo ese cántico de auténtico, original, novedoso, entusiasta y siempre a la moda, vendedor.

martes, 2 de noviembre de 2010

Fin de semana mortuorio

Como muchos sabrán, la fiesta de veneración a los muertos en México es una de gran arraigo popular. Durante el pasado fin de semana e inicio de esta -días cúspide de dicha fiesta-, visité las ciudades de Santiago de Querétaro, Guanajuato y Morelia. Allí, entre todas las elaboradas y coloridas calaveras que se exhiben, incluyendo las particulares ofrendas a los seres queridos -como pollos asados, frijoles, tortillas de maíz, y una larga lista de gustos-, destaca el personaje de “la Catrina”. Pero la Catrina no siempre estuvo allí. Es por eso que a continuación les comento un poco sobre su origen.



“Catrina” significa literalmente bien vestido o engalanado. La representación de esta calavera comenzó a utilizarse a inicios de la Revolución Mexicana, de la cual se está celebrando el centenario. Fue una expresión popular entre los revolucionarios como metáfora de la clase social alta y terrateniente antes de la Revolución. El propósito era poner en ridículo a las damas de sociedad. Ya en la posterioridad se ha convertido en el símbolo oficial para la muerte venerada el 2 de noviembre.

José Guadalupe Posada, fue el primer artista comprometido de América latina. Durante el periodo de inicios del siglo XX comienza su trabajo como caricaturista. Sus imágenes de calaveras buscaban provocar la risa, el llanto, e incluso el miedo, pero sobre todo informar y agitar el ámbito social y político. Su crónica de los muertos de la burguesía y del pueblo llano mexicano, y su crítica a las clases dominantes y el poder constituyen la inspiración para sus grabados de calaveras.

Pero fue Diego Rivera quien llevó este personaje a la cúspide de la fama en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” (1948). En este mural Diego se dibuja así mismo de niño dándole la mano a Catrina y justo al otro lado de la Catrina se ve a José Guadalupe Posada (1852-1913). Diego le otorgó un papel central a Catrina en el mural y además le agregó varios elementos a la vestimenta como lo son la estola de plumas en forma de serpiente, un cinturón, su bolsa y la leontina[1]

Detalle del mural "Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central" por Diego Rivera, 1948.
Hoy día, muchos artesanos y artistas en general utilizan una diversidad de medios para representar a la Catrina. Por ejemplo, algunos la personifican y otros las preparan en esculturas trabajadas con la técnica del pastillaje, algunas pintadas con engobes de colores y otras pintadas con pinturas acrílicas o vinílicas. 



[1] Cinta o cadena colgante de reloj de bolsillo. (RAE, 22da ed.)