sábado, 23 de abril de 2011

Soy el conejo

Hoy me acordé de el conejo de Chapultepec

Soy “el conejo”. Sí, así con letra minúscula, porque ni tan siquiera es mi apodo. En realidad me apodan “el Calambre” (ese sí lo puedes poner en mayúsculas); pero hoy me miré al espejo y parezco un conejo. Apenas me queda un par de dientes superiores y mis ojos azules celestes son los de un conejo enano color marrón. Para completar, los pocos pelos que me salen en el mentón son lacios, largos y blancos. Ya a mi edad…

            ¿Qué cómo llegué a esto? ¿Cómo lo perdí todo? No lo sé. Fue un proceso largo. Fui dejando pedazos de mí –incluyendo mis dientes—en diferentes lugares. La vida me jodió mucho y otras veces yo le hacía la competencia y la jodía más. ¡Cállate o te amarro, Fabiano! ¿No ves que estoy ocupado?

-Es que quiero dos cigarros, conejo.

            Ya ves, ahora vendo cigarros en el parque y de vez en cuando me doy a las apuestas de los desesperados de la vida que gastan sus días en el ajedrez. ¿Ves a Fabiano? Es el maestro. Con él gano mucho. Elíades, convídame a una manzana, tengo hambre. Tengo que ir a los baños públicos hoy en la tarde. Mira estas manos, estas uñas, esta herida… Antes no era así.

-¿Qué hacías antes conejo?

            El tiempo ha pasado muy rápido. Mi vida era Violeta Guadalupe y la guitarra. Recuerdo aquella noche en Santa Teresa cuando las perdí a ambas. No, no las perdí. Yo me perdí –en todos los sentidos—; me fui del país, no regresé a mi casa y el tiempo me fue consumiendo… Quiero morir, pero tendré que esperar. Por el momento, me divierto con mis amigos de Chapultepec.

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