Era como si el mismo sueño –o en todo caso, la realidad– se estuviera encargando de que Carmen no pudiera encontrar aquellos papeles. En ellos, hace dos meses había redactado la experiencia de esos años (o sueños) en los que podía elevar su cuerpo. Para aclarar las cosas, mejor utilicemos el verbo volar. Aunque si mal no entendí, en realidad la mayor parte de las veces no lo hacía por voluntad propia. Muchas veces se quedaba pegada al techo de su casa. Otras, cuando ocurría al aire libre, tomaba demasiada altura. No sabía cómo regresar al suelo. ¡Era una angustia tremenda!
No recuerda exactamente qué edad tenía. A lo mejor unos doce o trece años. Sentía como su cuerpo experimentaba una sensación de liviandad, ligereza, falta de gravedad… Siempre ocurría cuando no había nadie alrededor. A veces, se aguantaba a un objeto pesado, intentando no tomar mucha altura; una mesa o puerta. ¡Todo con tal de que su cuerpo no se elevara!
A eso de las tres de la tarde de hoy recibí su llamada. No encontraba los papeles que utilizó en verano para describir con detalle todo lo que le sucedía. Buscó en un portafolios, en estanterías llenas de papeles y periódicos viejos, en cuadernos de notas… Buscó en archivos viejos que tenía en un su ordenador aun estando segura de que lo había escrito en papeles. Estaba desesperada: “otro relato, sueño o realidad que no será publicado”.
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