Gato apachurrado, Calle de Alfonso Reyes, La Condesa, México, 14 de enero de 2011
Un gato es un gato… Pero de todos modos ese era distinto; casi me saludo. En realidad, no estoy tan seguro de que haya sido eso. Más que todo es un consuelo. Es más probable que pudo haber sido una despedida –con intención suicida– o un grito de susto. El hecho es que cuando iba caminando a mi habitación, este gato se cruzo en mi camino. Cuando sentí el maullido, me di cuenta de que caminaba en mi dirección. Fue en ese instante que lo vi correr hacia la calle y mis ojos capturaron el instante en el que estuvo debajo de una de las ruedas de una camioneta. Momentos después vi como el cuerpo del gato empezaba a contonearse como si una descarga eléctrica de alto voltaje estuviera haciendo mella en él. Fue un momento doloroso; de esos en los que eres capaz de percibir la fragilidad de la vida. Desee tener una pistola y pegarle un tiro para que cesara ya ese dolor. Le dije a Alejandro que teníamos que matarlo.
A lo mejor el gato sólo sintió el dolor por unos instantes, pero yo recordaré esas imágenes hasta que sea viejo, si no es que me apachurran igual. Creo que me quedaré no sólo con la imagen, sino hasta con el sentimiento de culpa. Con toda seguridad decidió cruzar al verme caminar por la calle a aquellas horas. Al ver a un ser humano a esas horas de la madrugada, al gato sólo le quedaba desconfiar.
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