martes, 19 de julio de 2011

En defensa de los libros

            Partiendo de la idea de que las lógicas que sostienen al sistema mundo capitalista, de entre las que se encuentran el crecimiento constante e infinito, van encaminadas al colapso, es importante evaluar el rol de un objeto con múltiples funciones en dicho sistema. Y es que el libro como difusor de conocimiento, de ideas y de cultura ha pasado por diferentes etapas en su historia; adaptándose a las especificidades de cada momento (desde el feudalismo, el mercantilismo, el socialismo “real” y el capitalismo). Aun así, en dichas etapas ha pesado más su rol como objeto liberador individual y por ende, del colectivo. Por tal razón, en un mundo donde cada vez es más necesario decrecer en muchos aspectos de nuestras vidas, debemos evaluar con detenimiento lo que será del libro en un futuro próximo.[1]

            Esta reflexión (y más que todo, duda) surge de la difusión que ayer se hiciera de la noticia del cierre definitivo del conglomerado corporativo de Borders. Ante la lectura y escucha de diversas reacciones quedan siempre más dudas e ideas. El libro como parte del sistema económico que impera es un objeto más con el que diferentes sectores de una cadena de producción generan plusvalía. Además, requiere de un uso de energía y recursos para su elaboración bastante elevado. Como dice una máxima de cuyo origen no tengo constancia: “vale más un bosque convertido en papel que uno indemne”. Dentro de la lógica del capitalismo esta máxima nos viene que un árbol convertido en libros entra en las cifras de lo que conocemos como producto interior bruto (PIB), mientras que ese árbol como recurso que sustenta la vida no pasa a formar parte de dicha cifra. Es decir, el bosque no posee un valor propio por su mera existencia.

            Los comentarios que ayer escuché o leí se pueden resumir en dos grupos de ideas. Primero, que el conglomerado corporativo Borders es el responsable de la quiebra y el colapso de otras librearías del mercado local. Segundo, que el libro es un objeto que no se sustenta ante uno de los aspectos más relevantes de la actual crisis del capitalismo: la crisis ecológica.

            Sobre el primero, estoy de acuerdo. Borders ha sido responsable de las dificultades económicas que han tenido los libreros locales. Es la misma lógica que ha operado con grandes corporaciones multinacionales que han tenido las puertas abiertas por la deslocalización de los mercados y han sido un factor relevante en la quiebra de los mercados del entorno local. Sin embargo, aunque no pretendo plantear una defensa de Borders en este escrito, quisiera expresar algunas ideas que se intersecan con el argumento de las dificultades económicas del mercado local del libro. Para ello me baso en algunas sensaciones ajenas y propias que se ven marcadas por muchos factores que están presentes en nuestra vida cotidiana. Entre ellos:
1.      Hoy, leyendo la página 28 de El Nuevo Día confirmo varias de mis percepciones sobre el tema. Borders suplió lo que muchos libreros locales no pudieron hacer (muchas veces por imposibilidad económica para adaptarse al capitalismo actual o por mera negación) en cuanto a las exigencias de un mercado.[2] Además de tienda de libros, Borders era un espacio común de encuentro donde puedes leer, echar unas partidas de ajedrez, escuchar música, usar internet inalámbrico, tomar un café y charlar con amigos y gente desconocida (que tanta falta nos hace).
2.      Borders, aunque no dejara de ser una corporación con fines capitalistas y que está situada en un espacio de poder en referencia a otras librerías locales, en cierta forma satisfacía unas necesidades no materiales.
3.      En el país no sobran los espacios para el compartir. En la isla de Puerto Rico ya nos hemos acostumbrado a recurrir a las grandes superficies de centros comerciales como espacios de ocio y esparcimiento. El sistema económico y las elites de poder se han encargado de deslocalizar hasta el ocio creativo del colectivo puertorriqueño. Muchas veces ya no preferimos ir al parque, a la plaza, playa o río, sino que nos han vendido como única alternativa de ocio el centro comercial y el consumo desmedido. Borders aunque sea difícil de entender, ya que sigue estando dentro de las grandes superficies de centros comerciales, destinada a fomentar el consumo, era un espacio alternativo dentro de estos espacios por las razones mencionadas en el punto 1.

            Ahora bien, respecto a la segunda tipificación de los comentarios leídos y escuchados ayer, me toca hacer una defensa del libro como lo sugiere mi título para esta entrada. Este tipo de comentario se sostenía con el argumento de que ante la crisis ecológica y capitalista, el libro ha llegado a su fin. Yo sostengo lo contrario. El libro es un objeto que se ajusta completamente a la lógica del decrecimiento y que fácilmente se adapta a un esquema anticapitalista. ¿Qué nos proponen los que se oponen al futuro del libro? ¿El lector electrónico? Yo no tengo una postura radicalmente opuesta a este tipo de lector. Incluso, me he visto tentado de comprar uno en varias ocasiones. Lo que sucede es que cuando nos hablan de alternativa ate la crisis ecológica hay que detenerse un momento y pensar, ¿qué es el lector electrónico?

            El lector electrónico es un objeto más del mercado, hecho de unas baterías y componentes programados para la obsolescencia y que formarán parte de los desechos tecnológicos que terminan enviando los países del norte opulento a los del sur empobrecido. Además, si bien es cierto que la producción de libros se basa en la extracción de recursos, no podemos olvidar que la fabricación del lector electrónico requiere la utilización de recursos naturales obtenidos mediante el expolio de los países del sur. Por añadidura, este aparato electrónico fomenta el individualismo dado que se convierte en un objeto de deseo y ostentación (como nuestros codiciados iPods, Blackberry, laptops, pantallas planas).

         
          En cambio, si bien es cierto que el libro también puede acumularse y ostentarse, no deja de ser cierto que es un objeto que puede adaptarse a nuestras necesidades. Podemos dedicar él unos recursos energéticos y ecológicos limitados. Por ejemplo, a través del reciclaje de papel o el reemplazo y protección de nuevos árboles por la de los árboles talados. También, el libro puede liberarse del uso individualista y se adapta muy bien a la autogestión libertaria y colectiva de un recurso. A través de la creación de espacios comunitarios donde consultar libros y tomarlos prestados (lo que viene a ser una biblioteca pública) rompemos el esquema del capitalismo. Incluso, entre amigos nos podemos prestar más libros, lo que da espacio para el fomento de otras lógicas ajenas al consumo. El lector electrónico, si bien es cierto que se puede prestar, no he visto a nadie que ande con uno prestado debido a que su valor en el mercado puede ser muy alto.

            En el norte opulento no podemos asumir una postura radical contra el libro porque no podemos (y digo “podemos” incluyéndonos, para no romper con el imaginario que nos ubica en la opulencia) negarle la oportunidad de tener esa experiencia a los lugares en donde se han expoliado y robado recursos en grandes cantidades. Para concluir, el libro sí puede adaptarse a nuestras necesidades como colectivo, mientras que el lector electrónico, por el momento, sólo se adapta a las necesidades del mercado capitalista. ¡Es hora de reclamar y autogestionar espacios públicos de ocio creativo y alternativo en nuestras comunidades y pueblos!


[1] El decrecimiento como propuesta desde la izquierda anticapitalista y el ecologismo radical entiende que una de las debilidades que tuvo el socialismo “real” fue que en muchos aspectos no fue capaz de romper con la lógica del crecimiento infinito a costa de recursos finitos, entre otras cosas.
[2] Respecto a este enunciado de la imposibilidad económica para la adaptación o por mera negación, siempre vienen a mi mente las enormes filas en las librerías universitarias del casco urbano de Mayagüez. En el periodo de hacer compras para el inicio del semestre de los materiales de lectura, uno siempre se topaba con largas filas dirigidas a comprar sólo lo de “la lista”. Muchas veces había que luchar con el librero para que nos dejara pasar esa frontera del counter y poder ver los libros en su esplendor sin tener que ir con la mágica “lista”.

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