sábado, 11 de junio de 2011

Sobre el baño

Nota del autor
Este es un relato producto de mi imaginación. Cualquier similitud con hechos en la vida real es pura casualidad.

            En la cotidianeidad, en situaciones principalmente relacionadas con la lectura o la escritura, nos enriquecemos con el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Pocas veces —me atrevería a decir nunca— recurriríamos a él, mientras conversamos con las personas, para descifrar lo que significa cada palabra enunciada. Sin embargo, en el cuento que a continuación les narraré uno de mis personajes sintió la necesidad de sacar su iPod de la mochila para darle uso a la aplicación del DRAE. Esto en otra situación pudiera interpretarse como una pedantería. Aunque de todos modos, no intento eximirle de dicha interpretación. El caso es que ante la insistencia del personaje doscientos tres, y por más que intentara explicarle la riqueza del lenguaje que comparten, mi personaje se vio forzado a una acción reaccionaria. Pero más que todo, la chispa que le incendió fue la siguiente frase: “los sudamericanos habéis dañado el castellano”.

            Todo empezó cuando uno de mis personajes dijo: “voy al baño”. Así es. Es esa la palabra que lo forzó a utilizar el DRAE mientras conversaba con una persona. Parece una tontería, pero no lo es. Es que el personaje doscientos tres entendía que el lugar donde uno de mis personajes iba a proceder a entrar no era un baño. El baño es donde hay una bañera —dijo el doscientos tres—. ¿Ves tú una bañera allí? Le contestó que no y que entendía su razonamiento, pero que la palabra tenía otras acepciones que tenían que ver con el significado que en los imaginarios colectivos se le otorga a las palabras. En ese entonces le dijo la depiladora frase antes mencionada.

            La contestación de uno de mis personajes fue: “que el español era más rico, bello y diverso por las aportaciones que se hacen en América y allí donde haya un hispanoparlante”. El doscientos tres le dijo que no, que lo que se hacía en América era ponerle nombres en inglés a los niños: “que si Walter Jesús, que si Byron…”. Ahí le contestó algo bastante jocoso; incluso, que ahora —según me cuenta el personaje cuya historia me ha encargado relatar— suena a una apología imperialista hispanófila y que bien pudiera atribuirse a un nacionalista romántico: “en ese caso hubieran defendido mejor el imperio y los yanquis no dominarían el continente hasta con el lenguaje”. El personaje no es dado a atribuir responsabilidades a los individuos del presente sobre las acciones del pasado pero, ante las dos pasadas depiladoras frases y el choque de ideas del momento, el personaje no se puso a pensar detenidamente en esas cosas. En todo caso, la contestación tenía más intensión humorística que otra cosa.[1] En ese momento ya habían aparecido en la pequeña pantalla las dieciséis acepciones, nueve alocuciones de uso y seis composiciones nominales.

            Mi personaje le dijo: “¿ves la cuarta acepción? Es esa a la que tú te refieres y la que yo reconocí hace un rato”. De esa forma, leyeron en conjunto la quinta, la séptima y la anticuada décimo quinta. También la octava alocución de uso y la tercera composición nominal. ¡Todo esto por el purismo demente de querer corregir hasta la sencilla alocución de “voy al baño”! Pero más irónico aún es que frente a esa puerta se encontraran pegadas las letras W/C. ¿No sería más apropiado “retrete”, “lavabo”, “sanitarios”, “aseos” o hasta “CdB” (con los mismos tres caracteres; o sea, por el mismo precio) por cuarto de baño? Finalmente mi personaje pudo entrar, orinar y evacuar el vientre. Todos fueron felices.


[1] Es que imagínense las carabelas llegando nuevamente y que el privilegiado almirante encargado de la lectura de la proclama diga: “En aras de la defensa del castellano más puro hemos venido a salvaros del dominio de los bárbaros angloparlantes”.

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