miércoles, 17 de agosto de 2011

La Noche


Un personaje de Sabana Grande


            Se asomó por la puerta de cristal de la oficina del dentista. Da el saludo de rigor a esas horas de la mañana: “buenos días” y toma el primer asiento. Disfruta del momento en la cómoda silla y el acondicionador de aire. Mira a todos directamente a los ojos; todos lo miran a él y con un miedoso silencio le escuchan.

—Me acuerdo que aquel día llegué a la casa de Teresa. Y me dijo: “baja que voy a hacer algo con Ché que tú no puedes ver”. ¿Saben lo que era? (Nadie contesta). Que le sacó un colmillo (y gesticula con las manos) con un alicate.

—También me acuerdo cuando en la Central le gritamos a Ernesto: “salte que la máquina aplanadora viene”. No nos hizo caso y lo aplastó. Quedó como una sardina.

            El de al lado, con un gran dolor en el “cordal 31” (así le dijo a la secretaria cuando llegó) le preguntó que si eso había salido en las noticias del canal 6. La Noche no contestó. Decidió pararse e irse a hacer sus gestiones diarias. La gente se miró y quedó satisfecha con la pequeña intervención de este singular personaje de la gran sabana a tan temprana hora. Unos quedaron viendo la interrumpida señal digital que ahora nos venden como la panacea en pantalla plana, otros leían el periódico, algún libro, revistas de faranduleo y de alta sociedad mientras que otros sencillamente se miraban las caras.

            Pero La Noche volvió unos quince minutos después. El calor caribeño iba calentando más y más, por lo que un poquito de fresquito no podía venir mal. Repitió el procedimiento: miró por la ventana y entró como en la sala de su casa. Se sentó e interrogó a la señora que estaba cargando su bebé:

—¿Ese bebé es tuyo?

Ella gesticuló que sí.

—Por ese bebé si vas a los cupones te dan doscientos pesos. Con eso puedes hacer una compra grande: arroz, sopas, carnes, de todo. Y si tienes otro te dan más.

            Ella no contestaba. Eso sí, lo miró fijamente a sus claros ojos.

            Ahí entonces sacó de forma muy delicada, como acariciándola, su sinfonía y tocó “Los besos de aquella noche”. El bebé estiró su cuello y buscó de donde venía aquella placentera melodía. La Noche le hizo algunas cucas monas con su mano. Sabía que era su mejor oyente en aquella sala.

            Cuando culminó con su típico “¡Wepa!”, le preguntó a la chica si el bebé cumplía años hoy. Ella le contestó con otra pregunta: “¿Qué cuántos tiene o que cuándo cumple?” Él, haciendo caso omiso a la pregunta, le dijo: “para mí que cumple hoy y por eso le voy a tocar el Cumpleaños feliz”. Y así fue. Cuando acabó la melodía, prosiguió: “puedes comprarle un bizcocho para él y la familia. Te los hacen por veinte pesos en Minillas. Tú pasas el palo de mangó y preguntas por ahí por la señora. Todos la conocen”.

—A mí no me compran ya bizcochos porque yo ya mismo me muero. Ya hablé con Avilés y con Avellanet para que me entierren para’o. Ellos me van a hacer el favor. Necesito que sea así porque si me acuestan no podré tocar la sinfonía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario