Este año se
pudo ver y oír en Puerto Rico una intensificación de las campañas contra la
práctica de los tiros al aire. Pero no hacía falta esperar a los reportes noticiosos
para saber que de todas formas habría muertos o heridos a causa de esta
práctica. Este año fueron cuatro los desafortunados que recibieron una bala como
felicitación por el nuevo año. El caso que muchos hemos venido siguiendo a
causa de la cobertura en los medios y la gravedad en la que se encuentra la
herida ha sido el de Karla
Michelle, de 15 años de edad. Ella recibió un impacto a eso de las 11:59
p.m. en el vecindario de Villa Palmeras en Santurce. Ahí, cuando su familia le
fue a dar el típico abrazo de las 12, la muchacha estaba tirada en el suelo y
con su cabeza ensangrentada.
Ahora Karla
Michelle, una joven talentosa de nuestro país, lucha por su vida con una bala
alojada en el cerebro. Ante el dramatismo de este caso, cabe preguntarnos, ¿cuál
fue la efectividad de este tipo de campañas?[1] Hoy
en ENDI se difundió un vídeo en el
que cuatro muchachos —unos cinco minutos antes de las 12— graban los sonidos de
los disparos cerca de su apartamento, realizados con armas de diferentes y
potentes calibres. ¡Sonidos verdaderamente de una batalla campal!
Ya sabemos que
las campañas pueden tener el efecto de crear solidaridad en las comunidades y
concientizar sobre el peligro que implica disparar al aire. Pero entonces surge
la pregunta de si verdaderamente impactan
o causan algún cambio de actitudes al que tiene la manía de andar armado y que
para colmo ya lleva algunos meses pertrechándose con su arsenal de municiones
para tal ocasión —como símbolo manifiesto de su poder dentro de las estructuras
del narcotráfico o incluso, desde la legalidad para la llamada protección; “porque
las cosas están malas”— y resolver todo a fuerza de cañón. En todo caso, si este
año la cifra de heridos/muertos fue menos, esto no implica que hubo menos disparos. Por
el contrario, pudo haber habido muchos más disparos y muchos más escondidos,
como podemos apreciar en el vídeo. ¿En cuántas casas en Puerto Rico se habrá
repetido la escena del llamado a la protección dentro de los pasillos? Creo que
en muchos. Aún en los pueblos pequeños del lejano occidente, como por ejemplo
mi pueblo de Sabana Grande, siempre nos guarecíamos; aunque yo no recuerdo
haber escuchado disparos. Recuerdo cuando nos decíamos entre familiares, “vámonos
ya adentro que se acercan las doce.” Era la reproducción de la histeria colectiva —magnificada y real— que se iba multiplicando cada vez más y que ha
llegado hasta el punto de ya no sentirse seguro ni en los espacios de la casa que
tengan algún punto de entrada fácil desde el exterior.
A tal
efecto, cabría considerar dos vías de solución para evitar más tragedias como
las de Karla Michelle. La primera, viendo que el sistema
económico-político-social que impulsa el neoliberalismo fortuñista-reaganista-
thatcherista-“teapartier” es el individualismo, pues habría que entonces
diseñar una campaña —que de seguro sería más efectiva para el asunto de las tan
mencionadas y utilizadas cifras— para que cada cual velara por su vida; y que
en vez de salir al patio o al frente de la casa a compartir con sus familiares
y vecinos, fueran a los pasillos de sus casas o a los bunkers que te venderá
alguna APP para refugiarte. La segunda, que es por la que debemos abogar, implica
varias vías de acción colectiva, siendo entre ellas, la promoción de la
cohesión social, la instrucción pública, la educación y la disciplina
comunitaria por varias vías.[2] Por
añadidura, la imposición de medidas legales que impliquen su transformación en
efectivas medidas reales para restringir el comercio y posesión de armas, y la puesta
en vigor de medidas que detengan de una vez la entrada de más armas al país por
vías legales e ilegales (mediante furgones sin inspeccionar, mediante transporte
aéreo masivo, mediante entradas por vías aérea o marítima privados).[3]
Pero no sólo de medidas legalistas nos debemos proveer como ya mencioné, sino que más que eso hace
falta la implementación-revolución de medidas de orden estructural, que además
expresen cierta coherencia con lo que queremos que funcione —y de qué formas— en el país.
En fin, la
inefectividad de las campañas de este tipo se hace más evidente y se profundiza
aún más con las contradicciones del propio sistema. Por un lado se nos habla de
no disparar al aire, y por otro se promueve la violencia estructural del
individualismo, la rapiña de los bienes públicos, la merma de la calidad de la
instrucción pública, la dejadez que promueve el consumismo, el nihilismo yoista
y hasta el ocio violento que promueve el anuncio que va después del de la
campaña (como los juegos de vídeo que las Fuerzas Armadas estadounidenses
utilizan para promoverse entre los jóvenes). Es por estas y muchas más razones que para mitigar
situaciones que son consecuencias de profundos problemas estructurales no podemos
depender únicamente de una intensa campaña. En todo caso un
gobierno que fuera producto de una democracia real y social implementaría y
ejecutaría medidas revolucionarias, sobre todo adaptadas a nuestras
circunstancias (sin dejar al lado la perspectiva global de las mismas) contra
los problemas que generan la violencia de raíz.
[1] La
pregunta se hace más que pertinente cuando el propio sistema —en este caso una
parte de él que se llama gobierno— es uno de los principales instigadores de la
violencia que se vive en nuestra isla. Con esto no quiero decir, como
probablemente me recriminarán algunos, que todo el problema recae en el
gobierno, sino que pretendo hacer visible los actos de hipocresía del mismo.
[2]
Esta disciplina cívica no implica totalitarismos, así que no se asusten.
[3] Pero, ¿qué más podemos esperar
estando sujetos al proceso de las leyes de comercio y aduanas de los Estados
Unidos de América? Un país que supuestamente libró una guerra contra las
propias armas que ellos habían vendido al gobierno iraquí y que ahora está
volviendo a armar descaradamente con el riesgo de que dichas armas sean las que
posiblemente se usen para masacrarse entre diferentes facciones religiosas.
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