Breve
reacción a la nota publicada en la edición digital de El Nuevo Día del lunes, 21 de noviembre de 2011, titulada García
Padilla reitera su llamado a activar la Guardia Nacional.
Una
vez más salen a relucir las contradicciones discursivas de los politiqueros del
patio; en este caso Alejandro García Padilla, candidato a gobernador de Puerto
Rico. En su gira mediática para dar a conocer su “plan” contra el crimen, ha
dicho que se debería activar de manera “inteligente” a la Guardia Nacional en los
puertos, aeropuertos y costas del país para intervenir con la entrada de armas
ilegales y drogas a Puerto Rico. Es una lástima que el presidente del PPD no
sepa que la jurisdicción de todas las áreas que resaltó recaen sobre las
autoridades federales: puertos, aeropuertos y costas. Aunque en todos hay
presencia de las autoridades del ELA, las políticas, procesos y mecanismos a
seguir se deciden en el Congreso de los Estados Unidos.
Pero,
saliendo del asunto del estatus —relevante y cargado del sentido práctico de lo
que es el imperialismo estadounidense y su implicación en el control del
tráfico de armas y drogas en la actualidad isleña—, paso a repasar otras
vertientes de su discurso. Primero, la calificación de “inteligente” al uso de la Guardia Nacional.
Nuevamente se quiere ir allanando el terreno para una eventual intervención de
este cuerpo militar del Ejército de los Estados Unidos en un asunto en el cual
cuya participación, más que probado está, no es eficaz.[1]
Además, volviendo irremediablemente al asunto del estatus, pareciera que García
Padilla pretende hacerse el iluso de calificar a las autoridades federales como
inocentes en toda la problemática del tráfico de las drogas y las armas. Y es
que los EE. UU. de América, tanto sus dirigentes políticos, como gran parte de
su sistema económico y político, dependen de la decadencia social que resulta
del tráfico de estos males.
La intervención
militarista en un problema social no puede ser clasificada de “inteligente”. El
problema fundamental de este discurso es que se sigue amparando en los
presupuestos de la “seguridad ciudadana”, en los que hay que proteger a un
sector de la población —los ciudadanos—
de otro sector que no merece la pena poner el esfuerzo en ellos porque
simplemente no han “aceptado las reglas de convivencia” —los no ciudadanos—. En este discurso maniqueo, los perjudicados de
siempre son las comunidades marginadas, los pobres del país y los que el
sistema económico ha dejado de lado porque “ellos se lo han buscado”.
Su
discurso trillado y repetitivo sobre atacar la oferta y la demanda de las
drogas y las armas cae ya en lo ridículo. En Puerto Rico, más que policías y
militares en las calles —o en el aeropuerto, como si no los hubiera ya— hace
falta una revolución social y política que nos lleve a replantear nuestros
esquemas de convivencia. Son muchas cosas de las que podríamos hacer mención, mas
se hace pertinente volver a enfatizar las siguientes: el sistema de instrucción
y la formación de los individuos debe prescindir de los presupuestos del
capitalismo imperante en el sistema mundial. Poner nuestro esfuerzo en la
instrucción pública, gratuita y de calidad sería un modo de empezar a cambiar
las cosas. Ese dinero, que no de forma inocente, se gasta en los presupuestos
de los gobiernos para la industria policial-militar, podría pasar a engrosar un
proyecto de gran escala de cultura, educación y deporte.[2]
Debemos formar ciudadanos para el país que queremos, donde el deporte y la
cultura nos remitan lo mejor de la ciudadanía; no la producción infinita, el
consumo y el vicio. El sistema capitalista forma consumidores. Hoy día el éxito
se mide por el dinero, por los aparatos que consumimos y no por nuestro empeño
para formar parte de un colectivo social. De ahí que cuando el miedo se ha
apoderado de nuestra vida diaria, cuando ya no somos capaces de mirar los ojos
del otro y la otra por temor y cuando ya los niños y niñas, jóvenes
desencantados y ancianos hastiados no desean estar en su entorno, un fallo
grave ha ocurrido.
Por
otro lado, y para acabar, el juego del sistema político que se autoprotege de
los cambios que anhelamos la mayor parte de los puertorriqueños debe ya ser
debatido sin tapujos por todos y todas. Tenemos que aprender del otro y la
otra, de sus experiencias, de cómo podríamos mejorar la convivencia. Los malotes
de la droga no se matan en ninguno de los tres lugares que mencionó García
Padilla; se matan los muchachos porque les vendieron un sueño de cartón. En
Puerto Rico hay un sistema oligárquico de partidos y económico que se protegen
a ellos mismos y que no cumplen el rol que su propia retórica bonachona e
infantil le ha asignado. Aspiramos a un cambio donde la democracia sea una
palabra que cobre sentido, más allá de la falacia electoral de los cuatro años
y donde no nos vendan sueños de empresas militaristas porque eso sólo empeorará
las cosas.
[1] Aquí pues, con las posturas en torno
al uso de las FF. AA. Para asuntos de orden social, observamos que quienes se
presentan como corderos, cuando desentrañamos su discurso es similar al de la elite
de la derecha neoconservadora en el país. Por tanto, ambos partidos, con
posibilidades de dirigir el gobierno, son el juego de una misma facción
clasista e interesada.
[2] Aunque parezca una añoranza lejana,
para mí la referencia y el ejemplo sigue siendo la gran campaña alfabetizadora de
1961 en Cuba. Hoy en día podríamos tener a miles de profesionales, técnicos, y
maestros de los oficios que, con una renta básica, se esmeren por ir a donde haga
falta y donde el sistema haya dejado rezagados, para enseñar a pintar, música,
matemáticas, deportes, ciencias, entre otras miles de cosas.
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