Me siento frente a mi computadora en un rato de descanso. Quiero seguir algunas noticias del país desde la lejanía. Poder seguir en contacto con el imaginario de mi país y hasta de mi pequeño pueblo. Traigo a colación lo de mi pueblo porque se relaciona directamente con mis recuerdos de niño del personaje que hoy acapara dos de las portadas de los llamados principales medios impresos en el país. Recuerdo cuando con mis amigos-vecinos, cruzábamos ese límite imaginario de nuestros pueblos y por unos instantes éramos sangermeños y atléticos. Era cuando, al menos yo, creía tener alguna habilidad para el deporte. Ya cuando me empezaron a caer las pelotas de béisbol en la cara y la puntería para encestar no superaba un sustantivo y relevante porcentaje, me di cuenta de que no iba por ahí mi habilidad.
Ahora bien, hace apenas unos días, ante el triunfo del equipo los Maverics de Dallas y el orgullo que muchos expresaron por la participación de José Juan Barea en el mismo, me di cuenta —y a forma de chiste lo expresé— que yo me había quedado en la etapa de Piculín y de Casiano en los Atléticos[1]. Y es que eran para mí como Jordan y Pippen boricuas.
Mi reacción al ver la portada de Primera Hora (aquí adjunta) tuvo dos facetas: una relacionada con la presentación “de la información” y otra que me impulsó a una breve reflexión sobre quiénes son los que fallan.
Primero, en cuanto a la presentación de la información, creo que es una forma que se aleja por mucho de la función comunicativa hacia el país. La primera plana parece dirigida a Piculín (directamente a él o sólo para él), en vez de al colectivo que se quiere informar. Y es que es casi seguro que, Piculín, hoy no vea esta portada que le reclama directamente a él “un fallo”. De seguro, eso sí, que la guardarán muchos familiares, amigos, interesados en la historia del deporte, entre otros muchos. Esto me lleva al segundo punto sobre el que quiero reflexionar: ¿quién falló? ¿Piculín o hemos fallado como equipo?
Aunque parezca un discurso trillado y hasta clisé —que lo es—, merece la pena cavilar asumiendo que hemos fallado, una vez más, como sociedad puertorriqueña y global. Hagamos el ejercicio intentando pensar en este puñado de ideas que sugiero aquí:
· Hemos fallado porque hemos consentido que un sistema capitalista nos imponga unas prioridades, unas falsas ilusiones (de progreso, crecimiento y desarrollo) y unas enajenaciones colectivas e individuales.
· Consentimos que un sistema político-social, que nos agobia y daña nuestro sentido de humanidad, prosiga gastando relevantes cantidades de tinta, real y virtual, prestando atención a individuos que se autocalifican como “honorables” (ver esta nota de hoy sobre el senador Soto). Individuos que sostienen un sistema que ha llevado a que no sólo Piculín (he ahí el problema), sino miles de jóvenes caigan en las lógicas del consumerismo capitalista anti humano. ¿Y cuáles son las consecuencias? Las vemos a diario: una tasa de asesinatos que ya hasta nos parece normal y una sociedad cada vez menos cohesionada.
· Fallamos todos cuando le decimos a él que falló. Y es que nosotros somos cómplices de un sistema que criminaliza la posesión y el consumo de algunas sustancias (naturales o no), pero que a la misma vez consentimos que nos envenenen con preservativos, químicos, esteroides que le añaden al tabaco, en la elaboración de bebidas alcohólicas, alimentos (carnes y verduras), cuando dejamos que nos roben el agua, que hagan guerras por petróleo y que sigan gastándose recursos valiosos en la elaboración y venta de armas y municiones como las que tenía Piculín.
· Fracasamos cuando no exigimos que se detenga la fabricación de armas. Ahora mismo Grecia, país foco de los mercados financieros internacionales por su creada crisis de la deuda, sigue siendo el cuarto importador global de armas.
· Hemos fallado, cuando a la muchacha de la esquina le joden la vida por un pitillo de marihuana, cuando antes no fuimos capaces de hacerla querer la escuela —que nunca acabó—, de no hacerla querer a su calle, su barrio, su país, su planeta, de hacerla querer a sus vecinos, amigos y de llevarla a preferir todo aquello que nos venden como felicidad; todo ello antes de sentirse bien con ella misma. Cuando tenemos a “chuchines”, que habiendo tenido el privilegio de entrar en un salón de clase de una universidad del país, sigue proyectando al mismo (desde una esfera de poder que nos pertenece como colectivo) que es preferible tener el mejor carro, los mejores relojes y zapatos de pieles de cocodrilo a todo lo anterior.
Esta reflexión también la planteo desde el hecho de que yo mismo me encuentro en una situación contradictoria. Me explico. Usualmente como ciudadanos críticos señalamos que los gobiernos, en sus estrategias de combate o mano dura con el tráfico de drogas y armas, tienden a fijar como objetivos a las estructuras más débiles de la cadena. Entiéndase las mulas, los consumidores, el trapicheo… y nos preguntamos que cuándo atraparán a los grandes narcos. Pues ahí está, ahí tienen a uno. Piculín tenía un cultivo hidropónico a gran escala preparado para la venta. He allí uno de los asuntos medulares. Mientras sea ilegal la posesión y el consumo del cannabis, habrá gente que desde la ilegalidad tenga que producir para satisfacer una demanda. Y es que todo este negocio está inmerso en la lógica del sistema económico capitalista. Entonces, ¿se romperá esta lógica si se despenaliza la posesión y el consumo? Lo más seguro es que no. En ese momento ciertos individuos se organizarán para lucrarse del negocio legal, como hace el que vende gomas de carro o bizcochitos de cannabis en Ámsterdam.
Así pues, ¿cómo se puede romper la lógica del capitalismo? Pues a la verdad no lo tengo claro. El estado, hasta cierto punto también manejará el asunto como una cuestión económica; como se trata la tributación a las hojas de tabaco y a las botellas de alcohol. A lo mejor desde una perspectiva de la autogestión comunitaria, cooperativista y libertaria sería una posibilidad. Pero yo no lo sé y no lo tengo claro. Sería interesante debatirlo junto a otras propuestas. En todo caso, esto es tema para un análisis exhaustivo y el apunte lo traje sólo para señalar algunas de las contradicciones discursivas en la que muchas veces nos hallamos con el asunto de los grandes narcotraficantes y la despenalización. Tenemos que aclarar algunas ideas sobre esto.
Para culminar, si Picu’ ha fallado, como hoy nos venden las portadas, es porque todos hemos fallado. El caso de Piculín sólo sirve para ilustrar lo que pasa a diario con seres humanos anónimos en nuestro país. En ese país que prefiere que sus fuerzas de seguridad ocupen un barrio e impongan las lógicas del desalojo porque sería conveniente entregárselo a los intereses de los Donald Trump de la vida antes “que darle una esperanza”. Yo sólo espero que este caso sirva para sincerarnos y reflexionar sobre un debate nacional y global en el que la no criminalización de las plantas es una de las propuestas serias hasta de gente nada sospechosa de subversivos, izquierdistas o anarquistas como los son Mario Vargas Llosa, Kofi Anan o Fernando Henrique Cardoso (ver este y este escrito). También espero que individuos, guiados por la hipocresía de ciertos valores morales mayormente inspirados desde la religión, aunque no sólo de esa fuente, como el señor gobernador, sostengan en este debate sus posturas retrógradas con argumentos no basados en templos de pilares y adoquines ficticios.
[1] Cuando los jugadores todavía llevaban pantalones deportivos cortos y bigote. Cuando lo mejor era rivalizar con mi papa, león ponceño, sobre quién ganaría ese año el campeonato de la liga de BSN.
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