Nota del autor
Este escrito es una
breve reacción a la columna “Colonia y colonizados”, publicada por Fufi Santori
el día lunes, 26 de septiembre de 2011 en la versión digital de El Nuevo Día, http://goo.gl/iquEP.
La columna a la que hago alusión no presenta nada nuevo
respecto a las opiniones de su autor: Fufi. Más bien, es una reiteración de lo
que ha venido siendo su corpus ideológico y su forma de presentarlo durante
mucho tiempo. A veces, nos atormenta con sus personajes de la “bachatita” en un
bar; donde se encuentran el anexionista, el autonomista y él; claro, como la
vanguardia del pensamiento independentista del siglo XXI. Hoy, nos vuelve a
atormentar con su conservadurismo y su visión por demás, debatible y
cuestionable de los conceptos a los que recurre.
Este tipo
de escrito fue y es, además de germen de tormentos, fundamental para muchas de
las ideas que rubricaron aquellos postmodernistas que, durante la década de
1990 y a inicios de la de 2000, protagonizaron intensos debates en El Nuevo Día, Diálogo, Claridad, OP. CIT., debates, y otras revistas, periódicos y libros. Es un típico
ejemplo de lo que ellos llamaban, desde su giro lingüístico, el
neonacionalismo-conservador. Pero vale aclarar que también debiera
preocuparnos, y mucho, a aquellos que queremos pensar la cuestión política —incluyendo
el asunto de la nación—, social y económica desde una izquierda que resiste mientras
transforma y decoloniza sus ideas.
Es por eso
que propongo analizar y criticar el texto en cuestión en torno a cuatro grandes
temas:
1. El
poder/saber que se adjudica Fufi para caracterizar a la nación
2. Su
añoranza por el colonialismo español-benevolente
3. Su
obsesión, recurrente y cansona, con la ciudadanía desnacionalizante
4. Algunas
sacralizaciones y contradicciones
I.
En primer
lugar, uno de los elementos que más llamó la atención en mi lectura es el
poder/saber que se adjudica Fufi para caracterizar a la nación a su antojo.
No sólo sugiere que lo que constituyó una amenaza contra “nuestro idioma
español” lo es y será siendo por toda la eternidad, sino que afirma que “nuestras
ideas, creencias y costumbres obviamente hispanas”, que son parte “del
desarrollo de nuestras raíces étnicas”, también están amenazadas.
Entonces es aquí que cabe hacerse las primeras preguntas. ¿Está el español
amenazado en Puerto Rico? Y si lo está, ¿por quién? Y si el español es una
parte constitutiva y esencial de la nación, ¿entonces no son puertorriqueños/as
las segundas y posteriores generaciones de emigrados a Chicago, Nueva York, Hartford;
y ahora, Orlando y Tampa que no lo saben o lo hablan como él quisiera? ¿Por qué
son “obviamente” hispanas nuestras costumbres? Su discurso termina siendo tan
conservador respecto a la hispanidad, que ni tan siquiera recurre a la
historiografía oficial de la década de 1950, en la que se hicieron esfuerzos
patentes para resaltar el elemento taíno de la “gran familia” en obvio
detrimento de la negritud africana. Resumiendo, todo lo que no sea “obviamente”
cultural y étnicamente hispano no es relevante para la identidad nacional
puertorriqueña. Lo sorprendente sigue siendo su estupenda capacidad de restar y
eliminar, en un par de tecleados, elementos de las culturas e identidades
puertorriqueñas.
II.
Fufi, en su
hispanofilia recalcitrante, no muestra ninguna vergüenza al caracterizar como
benévolo el colonialismo español frente al estadounidense. Cito: “Tanto los
españoles como los anglosajones eran imperialistas[,] pero el coloniaje español
al fin del siglo 19 nos sojuzgaba s[ó]lo políticamente siendo obvia nuestra afinidad cultural por el compartir un mismo idioma, sistemas jurídicos y
económicos[,] as[í] como credos religiosos
y costumbres” (las cursivas las he puesto yo). Fufi no parece querer tomar
en consideración que para que en el siglo 19 hubiera eso que él llama la afinidad cultural, tanto en ese siglo,
como anteriormente, no sólo hizo falta la exterminación, sino que hizo falta
esclavizar y mal gobernar a un pueblo. Su relato no cuenta ni tan siquiera con
el retraso y explotación que esos credos
y costumbres —en clara referencia al catolicismo— implicaron para sus tan
añorados sistemas jurídico y económico.
Pareciera ser que la imposición de la encomienda, la libreta del jornalero, la inquisición
y la supresión de prácticas religiosas, los compontes, el mercantilismo, la
agro-exportación, los azotes, la negación a la educación y una inmensa, enmendable
y debatible lista no son agresiones culturales, políticas y de otro tipo. Al
fin, que “s[ó]lo nos sojuzgaba políticamente”.
III.
Pasando al
tema obsesivo, recurrente y cansón de Fufi —la desnacionalización de todos
nosotros—, baste notar cómo de un plumazo nos desprende de la identidad puertorriqueña.
Fufi piensa, y así lo hace entrever —desde mi interpretación— en todos sus
escritos que el 1917 es el año trágico, sustituyendo el que en la
historiografía puertorriqueña de diversas corrientes ha sido el 1898.
Para él,
todo “colonizado” está desnacionalizado prácticamente, siendo voluntad propia, por
no deshacerse del dichoso documento de ciudadanía. Por ser ente jurídico y
político de segunda del Estado imperial ya estamos todos “desnacionalizados”.
Para él, el elemento jurídico y político que llamamos Estado (y su ciudadanía)
también es constitutivo de la identidad nacional. Por lo tanto, la nación no es
nación en cuanto no se constituye su Estado. Él se posiciona en el panóptico y
dice: “Aquellos que tienen ese documento no son puertorriqueños. Yo, como me
deshice de la falacia jurídica y política que esa ciudadanía representa, sí lo
soy”.
No siendo
el colmo esto, Fufi nos clasifica, como si el primero no fuera suficiente poniéndonos
otro carimbo a dos grupos. El primero es la “fábrica que atesora” la ciudadanía y
el resto que acepta “la inferioridad porque les conviene”. A tal
atrevimiento y ostentación de sabiduría nacional llega este señor. O sea, que
aquellos independentistas, nacionalistas o no, de diversas tendencias, de
izquierda a derecha o como le queramos llamar, son todos unos oportunistas por
el mero hecho de no renunciar a la ciudadanía estadounidense. Para él, todo se
reduce a ese fetiche. Un fetiche que es relevante en la cuestión política,
jurídica y económica, pero que constituye nada en cuanto a la identidad
nacional. O, ¿acaso se han desnacionalizado —lo que quiera decir esto— nuestros
familiares por vivir en Tampa? Fufi está muy equivocado. El Congreso federal no
se “aseguró” nuestra lealtad ni la de muchos compatriotas por la imposición de la
ciudadanía. Tampoco nos quitó la capacidad de luchar —como sea que entendamos
este clisé— contra el sistema económico, jurídico y político. Sí hay trabas, sí
hay enredos, sí hay contradicciones, pero no es un factor limitante para hacer
lo que haya que hacer y mucho menos para asumir la identidad que queramos.
Todo su
análisis gira en torno a la ciudadanía. Ni por asomo toma en consideración
factores estructurales como el económico, la salud, la educación, el flujo migratorio
y una larga lista de factores debatibles. Claro, era de esperar, si añora el
sistema económico del siglo 19 que no tomara esto como un elemento de análisis
(someramente lo hace al final, aunque sin crititcar de raíz el sistema
capitalista). En otras palabras, Fufi no tiene la capacidad/poder de saber las
múltiples identidades que pueden tener los puertorriqueños y puertorriqueñas.
Yo por ejemplo, no quiero compartir su construcción hispanófila y racista. Es
muy fácil despachar un asunto tan complejo así, Fufi.
IV.
Esto nos
lleva a la última parte de mi propuesta: las sacralizaciones y contradicciones.
La primera sacralización/contradicción es respecto a la figura de Pedro Albizu
Campos. Dice de él: “para mí, el padre de nuestra patria y nación”. Más sin
embargo, según los criterios que Fufi esboza más adelante, Albizu estaba
desnacionalizado/colonizado; no renunció a su ciudadanía y fue teniente coronel
del Ejército de EE UU. ¿También le convenía? ¿No contaban otras acciones además
de su ciudadanía colonial? Si para él las “realidades” se consignan con tanta
facilidad, pareciera ser que hasta su procerato se ha quedado desnacionalizado.
Segunda
sacralización/contradicción. Esta es más recurrente y tiene que ver con la
figura de José de Diego. Su “ilustre presidente” de la Cámara de Delegados
pudiera ser considerado por unos como “un oportunista” (según la propia
definición de Fufi) debido a que jugaba con múltiples identidades. Frente a
otros hombres y mujeres que se adherían a corrientes de pensamiento y acción
radicales contra el sistema tanto económico, como político, de Diego prefirió
ser parte del juego de los grandes intereses terratenientes-azucareros y
anti-obreros en el país. Oppss, ¿se desnacionalizó?
La tercera sacralización/contradicción
es el desfase que hay entre el comienzo y el final de su escrito respecto al
momento que vive “la nación”. La primera oración dice que Puerto Rico “vive su
peor momento como nación” debido a la amenaza a lo hispano. Pero, al final se
olvida del elemento “nacional”, el que estuvo evaluando durante todo el
escrito, para plantarnos que Puerto Rico “vive su peor momento porque, sea en
una colonia, una república o un estado federado, el funcionamiento de un
gobierno dependerá de la inteligencia, sabiduría y capacidad administrativa
de quienes lo dirigen”. De repente, dejó de ser relevante la nación. Por un
lado, pudiera decirse que desapareció por completo de su análisis. Aunque por
otro, pudiera interpretarse, que no la elimina del todo porque pudiera estar
viva incluso en la anexión. Para él ese “peor momento”, que añade que
teóricamente pudiera darse dentro de la anexión federada, es debido al mal
gobierno. Pero, entonces ¿el “peor momento” ha superado todo el asunto de la
desnacionalizción para centrarse en la “inteligencia, sabiduría y capacidad” de
los gobernantes? Al final, dice que la crisis neoliberal (fíjese que en ese
caso deja el espacio abierto para otras adaptaciones “bonachonas” del
capitalismo), se resolverá con la reivindicación de la “ciudadanía y
nacionalidad puertorriqueñas”. Aquí personifica al ente jurídico y a la nación,
los cuáles, pareciera ser que por sí solos, resolverán la crisis del mal
gobierno. ¿Por qué no tomar otros elementos de análisis junto con las
identidades?
Fufi, por
cuarta y última sacralización/contradicción, sigue confundiendo dos conceptos
básicos. Parece que su educación desnacionalizadora (¿en inglés?) y todóloga constantemente
lo lleva a tomar por sinónimos ciudadanía y nacionalidad. La ciudadanía, el
ente jurídico, lo podremos tener cuando tengamos un Estado que lo avale, y no
será incompatible con otros documentos; según lo podríamos acordar con los
Estados que quieran. Por otro lado, la nacionalidad ha estado y estará ahí,
aunque para mí gusto no como la conceptualiza e instrumentaliza Fufi. La nación
es un elemento revolucionario cuando no se totaliza ni se define con amarres de
cien varas. Es un espacio de identidad que se transforma y que debe estar
abierto a múltiples vaivenes para sumar y construir, no para clasificar cuál si
vacas fuéramos.
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